martes, 28 de enero de 2014

DAREN. EL EMISARIO DE LA MUERTE - PRÓLOGO

PRÓLOGO

Madrid, 20 de noviembre de 2084

                Aquella noche era fría, pero no hacía el frío normal de una noche de otoño, y eso que ese otoño había sido caluroso, sino un frío helador de invierno, con los que te dan ganas de quedarte dentro de casa, calentito junto a la chimenea, por miedo a lo que te pueda pasar fuera...
                Y es que, ¿hay algo más caliente que un hogar?
                Nuestra historia comienza justamente en un hogar, en una gran casa a las afueras de la capital y frente a una gran chimenea artificial que proporcionaba calor al amplio salón principal. Junto a ella, dos hermanos jugaban en una cómoda alfombra.

- ¡Auuuuuuu! ¡Ríndete ante el salvaje lobo negro! - rugió Saíd, el más pequeño.
- ¡Para Saíd, para! Jajaja. ¡El gran lobo blanco tiene muchas cosquillas! - le dijo Daren, el mayor, mientras se retorcía de risa por el suelo.

                Los dos hermanos estaban muy unidos y aprovechaban cualquier rato libre para hacer lo que más le gustaba, jugar a los lobos. Ni las modernas videoconsolas digitales, ni siquiera los carísimos juguetes de acción real les divertía tanto como esas peleas ficticias antes de cenar en las que los dos se sentían tan cómplices y tenían su rol asignado. Daren de 12 años, era el líder de la manada, el gran lobo blanco, debido al color beige de su pijama, y al igual que en la vida real era protector y dominante a la vez que tierno con el cachorro Saíd, el lobo negro, que también obedecía al color de su pijama de franela y que contrastaba con sus cabellos color miel. A diferencia de su hermano, Saíd, con 6 años menos, era un niño hiperactivo, y al igual que su alter ego lobuno era salvaje y le gustaba salirse siempre con la suya, aunque tenía mucho respeto al líder al que tenía como un ejemplo a seguir.

- ¡Niños, todavía estáis así! Me dijisteis que me ayudaríais a poner la mesa  -dijo Adoración, la niñera-. Unos buenos pantalones hacen falta en esta casa para enderezaros. ¡Uy, que cabeza la mía! ¡Se me ha ido el santo al cielo! Niños, esperadme aquí, tengo una sorpresa para vosotros.

                Adoración, a la que los niños llamaban cariñosamente "Nana Dori", era la niñera que vivía interna con ellos. El padre y la madre de Daren y Saíd siempre estaban de viaje porque tenían negocios fuera del país y eran contadas las ocasiones en las que estaban con sus hijos. Sin embargo, la niñera se encargaba de darles todo tipo de atenciones y de cuidarles para paliar un poco la falta de cariño paternal.

- Quería dároslo antes de la cena, porque es un regalo que han enviado vuestros padres - la niñera volvía a hacer su aparición en el salón con una antigua caja de zapatos agujereada, adornada con un bonito lazo azul.
- ¡Un regalo, Daren, un regalo! - el pequeño Saíd se había levantado eufórico dando vueltas alrededor de la horonda niñera - ¿Qué es, Nana Dori?
- Nana Dori, ¿sabes si papá y mamá vendrán pronto a vernos? Hace meses que no pasan por casa y solo nos llegan sus regalos - la voz del joven Daren era de afección, ya que amaba a sus padres pese a sus habituales ausencias.
- Pequeño mío - dijo la niñera, acariciando con devoción el pelo castaño de Daren - sabes lo ocupados que están vuestros padres y tienen que trabajar para que no os falte de nada, lo hacen por vuestro bien. Además, vuestra nana se encarga de vosotros y os tenéis el uno al otro.
- ¡Y ahora un regalo Daren! - los ojos de Saíd eran más grandes de lo habitual por la emoción - ¿Crees que será un robot de acción? El último se me estropeó aunque jugaba poco con él, pero papá me dijo que me iba a comprar uno nuevo.
- Vamos a ver - la niñera frunció el ceño con ironía - ¿Crees que un robot de acción necesitaría agujeros en su caja?
- ¡Aaaah! ¡Una mascota, Daren! - el pequeño volvió a dar vueltas alrededor de la caja - ¿La puedo abrir? - Se acercó con curiosidad a la caja de zapatos mirando con cierta extrañeza - ¿Me va a picar?
- Jajajaja – el pecho de la nana se elevaba cada vez que sonreía al comprobar la inocencia del más joven de los hermanos - Creo que es pequeño para morder, pero si lo provocas… Venga Daren, ábrelo con tu hermano.
- Vaya, diría que el salvaje lobo negro tiene miedo a una simple caja - dijo Daren al acercarse a su hermano que seguía mirando con cierto temor la caja.
- ¡Yo no tengo miedo! - respondió indignado el pequeño, aunque seguía mirando con cautela el regalo - Mira, cómo es un regalo para los dos, ¿qué tal si yo deshago el lazo y tú abres la caja?
- ¡Mira que valiente! - dijo Daren - ¿No sería mejor que la abriéramos juntos?

                Daren sentó en su regazo a su hermano Saíd y atrajo la caja hacia sí. Cogió las manos del pequeño y juntos deshicieron el lazo azul, pero al notar que algo se movía dentro, Saíd apartó las manos, dejando a su hermano mayor con todo el trabajo. Lentamente Daren fue levantando la tapa, mientras Saíd se tapaba las ojos con las manos, pero con los dedos muy separados entre sí para poder ver lo que había y estar preparado ante un posible peligro que hubiese dentro de la caja que seguía moviéndose. Cuando finalmente se abrió, entre medias de sus pequeños deditos pudo apreciar que en una esquina de la caja se intentaba esconder un pequeño cachorro. Era un pastor alemán cruzado con doberman con las orejas gachas y el pelaje negro con ciertos matices canela.

- ¡No me lo creo, un cachorro! - el miedo de Saíd se evaporó en un instante al ver al pequeño perro.
- ¡Es precioso Nana Dori! - dijo Daren, sonriendo al ver tan feliz a su hermano.
- Me alegro que os guste, pero eso sí, os encargaréis vosotros de alimentarle y de cuidarle, que yo ya bastante tengo con vosotros dos y con limpiar esta casa tan grande, que ya me está dando reuma.
- Tranquila. Yo lo sacaré al jardín y cuidaré de él en todo momento. Será mi pequeño lobo negro. - Saíd cogió al pequeño cachorro y lo dejó en el suelo. El pobre can, que notó el nerviosismo y la hiperactividad del niño, huyó despavorido chocando contra la pata de una silla y quedándose sentando sobre sus patas traseras - ¡Ya sé, le llamaremos Tor!
- ¿Thor? ¿Cómo el dios del trueno? - preguntó extrañado Daren
- ¿Qué dioses, ni dioses? Tor, como Toro pero sin la o. Es negro y ¿no ves como ha embestido contra la silla?

                Nana Dori y Daren no podían parar de reír ante las ocurrencias del pequeño Saíd. La niñera sabía que este había sido uno de los regalos más acertados que podía haber hecho a los niños. Sí, como leéis, y es que los padres de los chicos nunca les habrían regalado un animal, pero la niñera comprendía que lo que más necesitaban Daren y Saíd era volcar su amor en alguien y nada mejor que un cachorro, que podía jugar en los jardines y estar bien atendido por los pequeños. Ya se encargaría ella de aguantar la reprimenda de sus amos cuando vieran al perro, pero la felicidad que en ese momento sentía en los niños compensaba una y mil broncas.

 - Bueno, ahora que tenéis el regalo de vuestros padres, toca cenar - dijo Adoración, mientras se levantaba con dificultad - pero antes quiero que recojáis el salón. Se nos ha hecho tarde y mañana tenéis colegio
- Nana Dori, ¿puede Tor dormir con nosotros? - dijo Daren.
- No, no, no - la niñera se llevó las manos a la cintura - hace mucho frío y es todavía un cachorro para que se quede fuera, pero le prepararemos una camita junto a la chimenea, siempre y cuando no haga muchos destrozos. Yo creo que vuestros padres, junto al perro, me deberían haber regalado a mí un aspiradora nueva, porque me da que lo va a dejar todo bonito.
- Tranquila, haremos de él un perrito educado y te prometo que solo jugaremos en plan salvaje en el jardín - decía Saíd, balanceándose atrás y adelante con las manos en la espalda.
- Me fío yo tanto de tus promesas, como de que no me vuelvan a dar ardores de estómago - les respondió la niñera -. Y ahora vamos, todo recogido.

                Daren empezó a preparar la caja de Tor junto a la chimenea y un trapo para que pasara la noche. Sentía a su hermano detrás pero no veía que le ayudara a recoger.

- Pequeñajo, ¿quieres dejar de hacer el vago? Cuanto antes acabemos, antes cenamos y me huele que hoy Nana Dori ha hecho salchichas - le dijo Daren.  Pero cuál fue su sorpresa cuando no encontró respuesta de su hermano y eso que las salchichas eran su comida favorita. Cuando giró la cabeza, Saíd estaba muy quieto frente al ventanal que daba al patio y justo en ese momento abrió la boca.
- ¡Daren! - dijo de pronto el pequeño, bajando a continuación la voz hasta dejarla en un susurro - Creo que fuera hay alguien…
- ¿Cómo va a haber alguien, Saíd? - Daren continuó incrédulo recogiendo - El muro del jardín es muy alto y ya sabes que Nana Dori siempre enciende la alarma cuando entramos en casa. Habría saltado enseguida.
- Pues te digo que he visto a alguien - le dijo enfadado -. ¿Sales conmigo a comprobarlo?

                A Daren le extrañaba mucho la actitud de su hermano, pero igual que cuando creía que había monstruos debajo de su cama, lo mejor para aplacar sus miedos era convencerle de que no corría peligro.

- Anda, vamos - Daren cogió de la mano a Saíd y se dirigieron a la gran cristalera que separaba el salón del jardín de la casa. En cuanto Daren deslizó la puerta corredera, un viento frío inundó la casa, echando hacía atrás a los dos hermanos que clavaron bien las piernas en el suelo para continuar en su sitio. Daren empezó a mirar a un lado y a otro hasta que un aullido le sobresaltó.
- ¡Auuuuuu! ¡Auuuuuu! - Saíd había dado un paso al frente poniéndose a la altura de su hermano y había empezado a aullar como lo hacía cuando jugaban a los lobos - ¡Salga corriendo, quién quiera que esté fuera, una manada de lobos guardan esta casa! ¡Auuuuuu! ¡Auuuuuu! - Pero enseguida volvió a colocarse detrás de Daren que era su muro protector, sobre todo contra el frío.

                El jardín de la casa era rectangular y muy grande. Tenía un pequeño huerto, donde Nana Dori plantaba sus verduras y hortalizas, un columpio, un par de tumbonas y una gran piscina de agua verde, ya que no se usaba en invierno. Pese a que era extenso, no había ningún lugar donde una persona pudiese esconderse sin ser vista, por eso los niños preferían el interior de la casa para jugar al escondite.

- ¿Ves, Saíd?, no hay nadie, no tienes que tener miedo, seguramente ha sido una sombra de algún árbol. Es normal que se muevan con el viento que hace - Daren intentaba tranquilizar a su hermano, pero este seguía echando un vistazo de una esquina a otra del jardín tras la espalda de su hermano mayor -. Vamos dentro, lobito, que nos vamos a helar de frío. Si quieres correremos las cortinas para que Tor no vea ninguna sombra de noche y no le de miedo.
- ¡Te digo que he visto a alguien, y no era ninguna sombra! - dijo Saíd enfadado -. ¿Te crees que estoy loco? Claro, cómo soy el pequeño siempre me tengo que inventar las cosas.
- No creo que estés loco, lo que creo es que quienes van a empezar a rugir son tus tripas del hambre que tienes.
- ¡Ah, salchichas! - el pequeño Saíd corría despreocupado hacia la cocina donde los platos ya estaban servidos, un gran tazón de sopa humeante y salchichas. Sin esperar a su hermano, el joven Saíd cogió un tenedor y empezó a comer una salchicha sin hacerle caso a la sopa.
- Saíd, ¿en qué habíamos quedado? - le preguntó Daren, orgulloso tras haber tranquilizado a su hermano - Me prometiste que te ibas a comer la sopa.
- Jo, Daren, son salchichas y de las gordas. ¡Mis favoritas!
- Nana Dori me ha dicho que si no tomas sopa, mañana no podrás sacar a Tor a pasear - soltó Daren. La niñera se dio la vuelta con cara de asombro, pues no habían hablado a solas desde que les había dado al cachorro, pero Daren la guiñó un ojo.
- ¡Chantajista! - le dijo Saíd a su niñera, mientras a regañadientes metía la cuchara en la sopa con cara de pocos amigos.

                Después de degustar la deliciosa cena de Adoración, los niños acudieron al salón a ver como estaba su nuevo perro y a asegurarse que estuviera cómodo en la caja de zapatos, que habían convertido en su cama, y le dejaron un tazón de agua por si tenía sed por la noche. Como al día siguiente debían madrugar para ir al cole, subieron a la parte de arriba de la casa, donde se encontraban las habitaciones y el baño, y tras cepillarse los dientes, se prepararon para meterse en la cama.

- Arroparos bien, niños - dijo Nana Dori tras subir las escaleras con cara de cansancio tras un duro día de trabajo -. Creo que hoy no os voy a leer ningún cuento porque corro el riesgo de caer dormida yo antes que vosotros. Buenas noches, cachorritos míos - La niñera se acercó a la cama de cada uno de los niños a darles un beso y arroparles bien para protegerles del frío. Apagó la luz y cerró la puerta, pero uno de los hermanos no tenía ni pizca de sueño.
- ¡Daren! ¿Qué crees que les habrá hecho cambiar de opinión a papá y a mamá sobre lo de tener mascotas en casa?
- No sé, Saíd. Tal vez, vayan a estar más tiempo fuera de casa del que esperaban y nos lo hayan mandado para compensarnos.
- ¡Daren! ¿Tú no me vas a dejar nunca, verdad?
- Claro que no - dijo Daren, sintiendo un nudo en la garganta al notar que su hermano por pequeño que fuese notaba igualmente la ausencia de sus padres a los que necesitaba -. Ni Nana Dori ni Tor, siempre estaremos a tu lado.
- ¡Daren! - el pequeño se irguió en su cama - ¿Podré llevarme a Tor al colegio? Quiero fardar de perro nuevo delante de mis compañeros.
- No puedes Saíd, pero si quieres para tu próximo cumple les invitamos a todos y podrán jugar con él y ver lo bonito que es. Ahora, duérmete, que mañana no va a haber quién te levante.
- Jo, Daren, es que no tengo sueño. Estoy tan emocionado con Tor ¿Crees que estará bien abajo?
- Duerme - le dijo su hermano mayor bostezando - Hasta mañana, lobito.
- Jo - Saíd volvió a su posición horizontal con los brazos en cruz mirando al techo. Es cierto que el niño estaba muy nervioso por la llegada del cachorro, pero en ese momento no paraba de pensar en lo que había visto en el ventanal. Él sabía que no era ninguna sombra y si entraban a la casa, Tor estaba en el salón, podrían llevárselo o hacerle algo malo y decidido esperó a que su hermano se durmiera.

                Una vez convencido de que Daren no podría despertarse, echó hacia atrás las sábanas y en absoluto silencio se acercó a la puerta, la abrió y bajó sigilosamente las escaleras. Cuando llegó al salón fue hacía la caja de zapatos donde Tor tendría que estar dormido. No podía encender ninguna luz porque Nana Dori dormía abajo y si le pillaba podría castigarle muchos días sin postre o lo que es peor, sin jugar con Tor. Ah no, eso no podía permitirlo. Conforme se iba acercando y sus ojos se acostumbraban a la oscuridad percibió unas arrugas en la caja de Tor, pero al comprobarlo más de cerca se dio cuenta que el perro no estaba en su cama. El nerviosismo se apoderó del niño.

- ¡Tor! - le llamaba bajito - ¡Perrito, ven aquí, perrito! - Para su sorpresa, un ladrido ahogado salió de detrás de las cortinas y el perro salió llamándole sin dejar de mirar el ventanal - ¡Shhhhh! ¡Que me van a pillar! - Saíd cogió al cachorro y lo llevo a su cama, pero Tor no paraba de ladrar mirando hacía el jardín - ¡Calla, perro loco!

                Saíd tenía miedo. Junto a la amenaza de un posible castigo de Nana Dori, se unía lo inquieto que veía al perro. Sabía que ladraba hacía el ventanal. ¿Y si había visto fuera lo mismo que él? Sí, sabía lo del muro, sabía lo de la alarma, pero también había oído a Nana Dori decir que los cacos cada vez estaban más preparados para asaltar casas como la suya. No, el tenía que defender a los suyos

- Tú quédate aquí calladito Tor, que voy a asustar al intruso. ¿Sabes? Antes he aullado al fisgón y se ha ido. Ahora pasará lo mismo, volveré pronto. Intenta estar tranquilo, cachorrito.

                Saíd se armó de valor y se apresuró a deslizar la puerta corredera del jardín y salir fuera.

- ¡No! - Daren había tenido una pesadilla, le quitaban a su hermano. Respiró relajado, menos mal que era un sueño, estaba en casa y todos estaban seguros. Giró su cabeza para ver a Saíd y quedarse más tranquilo para volver a dormir plácidamente, pero su hermano no estaba, las sábanas estaban echadas hacía atrás y la puerta estaba abierta ¿Habría ido al baño? ¿Sólo y de noche? Era poco probable, conociendo a su hermano, a lo mejor estaba jugando abajo con el perro, se la iba a cargar. Pero en ese momento escuchó algo que le heló la sangre. Un ladrido desesperado, de peligro. ¿Saíd? ¿Tor? ¿Qué estaba pasando? Sin más dilación saltó de la cama y bajó las escaleras. Todo estaba oscuro y hacía mucho frío. Corriendo se acercó a la caja del perro, pero Tor no estaba allí, pero pronto los ladridos del perrito le indicaron su localización, estaba junto al ventanal y seguía ladrando. Las cortinas que él había corrido estaban moviéndose salvajemente. Por eso tenía tanto frío. Su mente no lograba comprender y en ese momento escuchó otro sonido muy distinto. Era como si alguien hubiera lanzado una piedra muy grande a la piscina. ¿Habría alguien fuera? ¿Tendría razón su hermano? Daren estaba aterrorizado, pero se acercó al ventanal y corrió rápidamente las cortinas, pero para su sorpresa todo estaba en calma, como la otra vez que había mirado fuera con su hermano. Se fijó en la piscina, sin salir del todo, y no vio ningún rastro de ondas, de algo que hubieran tirado al agua. Sus piernas temblaban y lentamente salió al exterior. Estaba descalzo, lo que unido a sus nervios, aumentaba su tiritera.
- ¡Saíd! - gritó en voz alta. ¿Dónde estaba su hermano? - ¿Hay alguien ahí? - Solo el viento le respondió. Los nervios atenazaban todo su cuerpo y le impedían ir más rápido, para él el tiempo se había parado y solo podía avanzar hacia la piscina. Si habían lanzado una piedra… tendría que estar allí.

A cada paso que Daren daba hacia la piscina, este notaba que pequeñas burbujas salían del agua. ¿Sería el desagüe? No, no podía ser. Su mente sabía a quién se iba a encontrar pero no quería creérselo. ¡Saíd no sabía nadar! Daren ahora sí corrió y se agachó arrodillándose en el filo de la piscina.

- ¡Saíd! - Un chillido salió de la garganta de Daren al reconocer el pijama negro de franela de su hermano, un chillido tan fuerte como si con él quisiera atraerlo hacia la superficie. Pero en ese momento algo aterrorizó al joven. Cuando miró al agua, junto a su reflejo, Daren vio unos ojos miel, grandes que le miraban con atención. El miedo que recorrió su cuerpo casi le hizo perder el equilibrio, pero al girar la cabeza... No había nadie.

Durante pocos segundos duró la conmoción de Daren, que inmediatamente se tiró a la piscina de agua helada y verdosa y fue hacia el fondo donde su hermano flotaba con las manos hacia arriba. Con todas sus fuerzas lo aupó hacia el exterior y consiguió dejarle en el filo. Sin perder ni un instante se agachó y como le enseñaron en sus clases de natación, empezó a practicarle primeros auxilios, golpeándole el pecho para que sacara el agua, pero por más esfuerzos que hiciera, su hermano no reaccionaba. ¿Por qué se habría tirado a la piscina si siempre lo hacía con manguitos?

- ¡Niños! ¿Qué son esos ruidos? - Nana Dori, que acababa de llegar al salón, gritaba asustada - ¿Qué hace el ventanal abierto?
- ¡Nana Dori, corre! ¡Saíd se ha caído al agua!

                Los acontecimientos posteriores, Daren los recordará a cámara lenta, como si no fuera consciente del lamentable hecho que estaba ocurriendo. Nana Dori estrechaba al pequeño entre sus brazos y lo zarandeaba para que volviera en sí, pero Daren no hacía más que mirar para todos lados. No había nadie, pero sabía que lo que había visto no era ninguna alucinación. Lo que le hizo volver a la realidad fue el llanto desconsolado de su niñera.

- ¡Nana, voy a llamar a una ambulancia!
- ¡Se ha ido, Daren, mi bebé, se ha ido! - Daren no quería entender las palabras de su niñera que no paraba de llorar. No, no podía ser. Le había prometido que siempre iba a estar a su lado. Pero hay promesas que no se pueden cumplir por más que uno quiera. Ese fue el momento en el que la realidad de lo que estaba pasando llegó a Daren en forma de lágrimas que caían a borbotones sobre el cuerpo sin vida del pequeño Saíd.

                Esa noche que comenzó fría, terminó siendo la más fría de todas en la vida de Daren. Era la primera vez que se enfrentaba a una muerte, sin imaginar que durante el resto de su vida la protagonista sería precisamente ella, LA MUERTE.

1 comentario:

  1. Para leer los comentarios sobre el prólogo, pinchad en el siguiente enlace: http://novedadesdisney.blogspot.com.es/2014/02/daren-el-emisario-del-muerte-prologo.html

    ¡Gracias!

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